Las urbes han sido históricamente concebidas en base a las necesidades de los hombres blancos, heterosexuales, cisgénero y sin discapacidades, limitando su accesibilidad a todos aquellos colectivos cuya existencia se ve sistemáticamente invisibilizada.
Como ya explicamos en el artículo sobre Arquitectura con perspectiva de género, los edificios y espacios públicos proyectan los valores bajo los que fueron construidos. Por lo tanto, las ciudades se convierten en telón de fondo de una sociedad que tiende a ignorar a todas aquellas personas con algún tipo de discapacidad.
Se dice que la discapacidad está en las ciudades, no en sus ciudadanos. Y la realidad es que habitamos espacios y entornos que dificultan en gran medida el acceso, participación e interacción de las personas en situación de discapacidad, existiendo una serie de barreras arquitectónicas inasumibles, que los convierte en ciudadanos de segunda.
Es, pues, indispensable, un cambio de paradigma que parta de las instituciones y establezca sinergias con el resto de organismos, para garantizar que todos los ambientes, servicios, equipos e instrumentos puedan ser empleados en su totalidad por cualquier ciudadano, asegurando que se puedan llevar a cabo actividades cotidianas de ámbito social, profesional o familiar.
Por lo tanto, en la agenda del urbanismo debe primar la correcta adecuación de las urbes a las distintas realidades que coexisten en ellas. Esto supone una adaptación integral de todos los parámetros que influyen en la vida cotidiana de los ciudadanos. No se trata solo de acomodar el entorno físico a los usuarios de sillas de ruedas, sino de un cambio de concepción que abarca la introducción de elementos urbanos que conviertan las ciudades en lugares inclusivos y accesibles.
Antecedentes históricos
A mediados del siglo pasado, unos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el arquitecto franco-suizo Le Corbusier ideó un sistema métrico que establece una relación matemática entre las medidas del hombre y la naturaleza.
Siguiendo la estela de investigaciones previas llevadas a cabo por personajes como Vitruvio, Leonardo Da Vinci o Leon Battista Alberti, y basándose en la proporción áurea y la secuencia de Fibonacci, Le Corbusier pretendía crear una escala de medidas armónicas que estableciesen los elementos arquitectónicos en proporción a la estatura humana.
El Modulor -término que acuñó este nuevo sistema- tomó como premisa la altura de un hombre francés de 1,75m para la producción de edificios y viviendas a gran escala. Esta medida se modificó a 1,83m en 1946 para, finalmente, redondearla en 1950 a la altura total de 2,262m (tomando como referente la altura de un modelo humano imaginario con su brazo levantado).
En la construcción de este sistema de medidas se tenía en cuenta la estatura de un hombre blanco, joven, sano y europeo, dejando a un lado al resto de seres humanos e invisibilizando otras realidades. Es decir, ignorando la diversidad de capacidades y habilidades de otros grupos sociales como los niños, las mujeres, los ancianos o las personas con discapacidades funcionales.
Es, por tanto, evidente que habitamos ciudades poco accesibles con una herencia histórica que favorece el sistema de clases y la jerarquización del espacio, omitiendo la complejidad y diversidad de nuestra sociedad.
¿Cómo construir ciudades más accesibles?
El diseño de la ciudad en la que vive una persona en situación de discapacidad afecta de forma directa a cuestiones como la posibilidad de encontrar trabajo, formar una familia, disfrutar de la vida social o gozar de su independencia. Es pues, sustancial, tener en cuenta ciertos factores a la hora de diseñar ciudades más accesibles.
En primer lugar, es fundamental tener en cuenta los aspectos físicos del espacio público. Cuidando factores básicos como la disposición de aceras más anchas, lisas, con rampas y sin postes, farolas o elementos que interrumpan el paso, mejoramos la experiencia de aquellos usuarios con movilidad reducida. Por otro lado, es imprescindible construir estaciones de metro o tren que cuenten con ascensor o escaleras automáticas, así como, incluir instrumentos urbanos como semáforos con voz, carteles con información en braille o calles bien iluminadas.
Además, cabe prestar atención a aquellos aspectos que favorecen la integración económica de las personas en situación de discapacidad. Es decir, tratar de implementar la accesibilidad laboral y de consumo. Esto pasa por disponer de edificios adaptados y accesibles, que cuenten con baños y accesos para personas en sillas de ruedas. También es conveniente evitar los colores estridentes y las zonas con mala acústica y, por supuesto, contar con puntos de información y señalización sencilla. De esta manera se permite el acceso a las oportunidades laborales, así como a las opciones de consumo.
Y, por último, es imprescindible cuidar la vida social. Las personas en situación de discapacidad también tienen que poder interactuar y participar de las actividades sociales y de ocio. Para ello, es necesario prestar especial atención a espacios como parques, museos o zonas de uso deportivo y recreativo.
Hacia una sociedad cada vez más inclusiva y accesible
Aunque son muchos los países en los que la accesibilidad de las ciudades se investiga y se premia desde hace años, la realidad es que las personas en situación de discapacidad todavía sufren las consecuencias de una arquitectura que, históricamente, ha sido hegemónica y discriminatoria.
En 2014 se realizó un estudio en Estados Unidos que pretendía dilucidar cuáles de las 150 ciudades analizadas, estaban más preparadas para acoger en todos los ámbitos a las personas con discapacidad. Mediante 23 indicadores, entre los que se incluía el número de médicos per cápita o el número de plazas de aparcamiento para discapacitados, se midieron parámetros como la calidad de vida, la accesibilidad y la calidad de los servicios de salud y ámbito económico. No obstante, desde las asociaciones de personas con discapacidad apuntaron que se trataba de un estudio sesgado que omitía parte de la realidad, ya que entre los indicadores no se tuvieron en cuenta elementos como la adecuación del transporte público a sus necesidades o aspectos intangibles como la actitud discriminatoria por parte de otros ciudadanos normativos.
Por otro lado, en la Unión Europea se celebra desde 2010 el Concurso de la Ciudad Accesible en el que cada año se elige la ciudad más accesible para personas con discapacidad y personas mayores, siendo Luxemburgo la ciudad ganadora en 2022.
En definitiva, es urgente poner el foco en el bienestar e inclusión de todos los ciudadanos, sin importar su condición física o intelectual, logrando suprimir las barreras arquitectónicas a las que se enfrentan ciertos colectivos, así como eliminando la jerarquización del espacio y el sistema de clases a la hora de afrontar el diseño y arquitectura de las ciudades.
por Rocío Tuset