A mediados del siglo pasado el científico virólogo Jonas Salk investigaba acerca de la vacuna de la polio cuando decidió viajar al centro de Italia. Durante su estancia allí se alojó en la Basílica de San Francisco de Asís, un monasterio franciscano del siglo XIII. Este complejo arquitectónico de estilo Romántico Lombardo es un enclave único formado por dos templos superpuestos, un espléndido claustro y adornado con frescos y vidrieras que tiñen la luz natural que los atraviesa.
A su vuelta, Salk logró concluir su investigación después de años de trabajo. Tiempo después, convencido de que la Basílica de San Francisco de Asís había sido clave para completar su estudio, creó, junto al arquitecto Louis Kahn, el Instituto Salk. Una instalación científica ubicada sobre un impresionante acantilado con vistas al Pacífico en La Jolla (California), cuyo objetivo era alentar la creatividad y la productividad de los científicos. Al igual que un día la Basílica de San Francisco de Asís le sirvió a él de inspiración, Salk pretendía encontrar un entorno único para alimentar la imaginación y creatividad de otros investigadores. Y así fue como el Instituto Salk sentó las bases de lo que hoy conocemos como neuroarquitectura.
¿En qué consiste la neuroarquitectura?
Desde hace unos años la ciencia avanza para averiguar cómo se relaciona nuestro cerebro con los diferentes estímulos que recibe de su entorno. La neurociencia estudia cómo las percepciones que captan nuestros cinco sentidos infieren de forma directa en nuestro estado emocional.
La neuroarquitectura es, por tanto, el análisis del impacto que tienen los espacios que nos rodean en nuestro estado anímico. Mediante el uso de herramientas relacionadas con la neurociencia, esta disciplina estudia cómo nuestro cuerpo y nuestra mente se relacionan con el entorno construido que los rodea.
Según la Organización Mundial de la Salud, pasamos de promedio un 90% de nuestra vida en espacios cerrados. Por lo tanto, el diálogo que se genera entre dichos espacios y nuestro cuerpo impacta de forma directa en nuestra salud mental y en nuestros procesos cognitivos, dando lugar a reacciones corporales sensitivas, motoras, emocionales y memorísticas.
Al entrar en un espacio, nuestro cerebro recibe, en apenas segundos, diferentes estímulos a través de los materiales, el olor, la iluminación, el color o la temperatura y, en base a ellos, genera ciertas emociones y conductas.
Por tanto, mediante el diseño sensorial se pretende evocar ciertas sensaciones a través de los diferentes elementos arquitectónicos y, por ende, generar una vinculación emocional positiva con los lugares que nos rodean.
La neuroarquitectura como ciencia
Aunque parte de una premisa similar a otras pseudociencias como el feng-shui -mejorar el bienestar de las personas a través de la arquitectura- la neuroarquitectura sienta sus bases sobre datos y evidencias científicas.
Es decir, analiza objetiva y sistemáticamente cómo los diferentes espacios modifican nuestras emociones y capacidades, trasladando dichas sensaciones a datos medibles que nos permiten establecer los principios de esta doctrina con exactitud y rigor.
De manera que, mediante el empleo de herramientas médicas y tecnológicas, se puede anticipar cómo impactarán los espacios proyectados en las personas, incluso antes de su construcción.
Analizando aspectos como la relación entre la amplitud de los espacios y el pensamiento creativo, la conexión entre las zonas verdes y el nivel de estrés o la respuesta del cerebro ante la proporción áurea y, gracias al estudio exhaustivo de las respuestas corporales ante su entorno, es posible diseñar espacios que mejoren el bienestar físico, mental y emocional de las personas.
La arquitectura y los cinco sentidos
La neuroarquitectura analiza la percepción de los diferentes elementos arquitectónicos a través de nuestros sentidos, infiriendo protagonismo a cada uno de los componentes que alteran nuestras funciones cognitivas y despiertan en nosotros una reacción corporal y mental.
De forma que no se trata solo de cuidar el espacio visual, sino de poner el foco en todos los ingredientes que intervienen en nuestro comportamiento.
Partiendo de factores que satisfacen nuestra vista como el ambiente lumínico adecuado o la paleta de colores empleada, hay otros aspectos a tener en cuenta como el olor, el sonido o el confort térmico.
Los espacios que habitamos generan un recuerdo olfativo en nuestro cerebro, de forma que asociamos los diferentes aromas a las emociones que nos suscitaron en su día, trasladándonos a determinados momentos, recuerdos o sensaciones.
El sentido auditivo, por otro lado, se relaciona directamente con el confort y el bienestar y es, por tanto, esencial lograr espacios confortables acústicamente.
Por último, la piel nos conecta con las texturas, los diferentes tamaños y, por supuesto, con el bienestar térmico, convirtiéndose en uno de las percepciones más influyentes en nuestras reacciones corporales.
Neuroarquitectura aplicada
Aunque esta ciencia tiene cabida en todo tipo de espacios, existen ciertos lugares en los que toma especial relevancia.
El hogar, el entorno laboral o los centros educativos son los ambientes donde más horas diarias invertimos y es, por tanto, sustancial asociar emociones positivas a dichos lugares. Por otro lado, en espacios como los centros hospitalarios, esta disciplina tiene como objetivo modificar las connotaciones negativas asociadas y transformarlas en sensaciones y respuestas más agradables.
Por tanto, tomando esta ciencia como paradigma y haciendo uso de la tecnología y la innovación de la que ahora disponemos, podemos construir espacios que generen buenas experiencias y despierten en nosotros emociones positivas, potenciando nuestras capacidades y estimulando nuestra creatividad y bienestar.
por Rocío Tuset